Rosario Ortiz de Chamorro
ARTISTARosario Ortiz de Chamorro
Artista Inspirada en Naturaleza Cultivada Flores y Frutas
Comentarios:
Alberto Ycaza / 1972
Observase en Rosario la preocupación por la luz sobre los espacios abstractos, limpiando las sombras a medida que el continuo contacto con el color le exige una mayor investigación para lograr cada vez con más firmeza los sutiles pasos de la luz y la sombra.
Alejandro Aróstegui / 1976
El mérito principal de Rosario es saber ver el arte, las cosas, con ojos seguros y humildes, dándoles un toque sutil e inesperado que muchos podrían no captar o juzgar irrelevante.
Es también característica importante en su obra, esa consistencia que solo consigue en el que sabe lo que quiere y como conseguirlo. A pesar de que a primera impresión parecería que el volumen es su principal preocupación, un examen más detenido nos descubre que es la línea de sinuosa sensualidad, límite suave entre lo claro y lo oscuro y sobre todo, la luminosidad, esa luminosidad casi táctil, reversible en su profundidad, luminosidad de radiografía lograda con una ejecución paciente, tenaz y delicada.
Sergio Ramírez / 1996
UNA PASION CARNAL
Rosario Ortiz viene de una tradición familiar de: pintores leoneses (Nicaragua) muy talentosos que encabeza su propia madre:, Lydia Mayorga, y donde figura también su hermana, Ilse Ortiz, un clan de Artistas que ha encendido su pupila, para adquirir su manera de ver, bajo el fuego solar de la llanura del pacifico de: Nicaragua, seca, deslumbrante y ardorosa, donde todo madura en grandes deslumbres, desde los fuegos del crepúsculo a las frutas, frutas solares que son las que pinta Rosario.
Siempre he admirado en Rosario esa pasión por las frutas tropicales, solares de llamarada, que ella resuelve en planos en busca de revelar y acercar la visión, no de acomodarla y tampoco meramente: como composición: y sobre todo que resuelve en textura, porque la fruta o es textura, de tocar o no es nada, carne que se tienta, suntuosidad y sinuosidad, jugo vital y pulpa carnal. Nada de naturaleza muerta, sino naturaleza viva.
Una revelación, las frutas de Rosario o sus flores, revelación pasional y apasionada, igual que Oviedo, el gran cronista de indias cuando escribió su inventario de las frutas de Nicaragua calcando en la palabra descriptiva su propio asombro ante la lujuria de ver y describir, tocar y sopesar. (Algún día me gustaría ver los textos de Oviedo apareados a las frutas de Rosario).
Porque en ambos hay descubrimiento, asombro, revelación; y en los cuadros de Rosario, la fruta revelada, exaltada fuera de su entorno, ofrecida como primicia, la suma de los detalles artesanales que nos lleva al hermoso todo del espléndido objeto, la fruta en su esplendor carnal de fuego, calor y color. Y que nos lleva, en fin, al triunfo y a la celebración de la sensualidad, que es la fiesta de los sentidos.
Una pasión carnal, al fin y al cabo.
Maria Dolores Torres / Diciembre 1994
La más diversa variedad de frutas forma parte del repertorio pictórico de Rosario, en sus dibujos a color de 1994. En ellos manifiesta un magnífico dominio del color, combinando la riqueza tonal de los rojos, verdes, amarillos, anaranjados y púrpuras, con el vigor y sinuosidad de las formas naturales de los duraznos, plátanos, pitahayas, peras y naranja.
Colores intensamente vivos y tropicales, una flora inusual pintada con sentimiento totalmente tropical, combina colores opuestos y contrastantes como el verde y el anaranjado el amarillo y el morado, sobre fondos de azul Prusia y azul cobalto en sus más diversas variaciones tonales.
Estos dibujos constituyen un desafío a la imaginación y el significado de sus formas despierta nuestra curiosidad: una pitahaya que se convierte en una llamarada carmesí, la sensualidad de unos duraznos cuyas ondulaciones evocan las curvas sinuosas de la anatomía femenina, flores y floraciones que evocan nubes, cascadas y ondulantes cordilleras.
Emparentada con Georgia O´Keeffe en su personificación de la naturaleza, Rosario pose, sin embargo, el colorido llamativo, resonante, estridente y flamígero que no encontramos en la O´Keeffe.
Sofía Lacayo / 1995
Ortiz de Chamorro aborda su temática de manera tal que las frutas mas simples se transforman en imágenes icónicas. Estas frutas engrandecidas en el plano pictórico nos dejan atónitos y parecen salirse del lienzo pese a estar recortadas por el marco.
La artista se vale de dos fuentes de luz para iluminar sus pinturas. Una la encontramos en el primer plano de las obras y es la que confiere a las frutas la ilusión de tridimensionalidad en una misma superficie bidimensional. La otra surge detrás de las mismas e ilumina el plano inferior, dando la impresión de que se encuentren flotando en el espacio.
A través de esta iluminación las frutas se convierten en íconos. Ortiz de Chamorro ha desarrollado una técnica laboriosa que le permite crear estas imágenes llenas de luz. Aplica la pintura, la deja secar y luego lija algunas áreas, repitiendo este proceso trece veces. Su técnica y su profundo dominio de la luz y la sombra le permiten alcanzar diferentes tonalidades de un mismo color.
Con este estilo personal altamente desarrollado la artista crea un efecto dramático de volumen y luminosidad. El resultado es una pintura en la que las frutas se transforman en objetos llenos de belleza que invitan a la contemplación.
Ernesto Rivas Solís / Julio 1997
Los lienzos de Rosario son una explosión de colores que iluminan completamente el ambiente donde se presenta. Iluminan la habitación y penetran al interior de las mentes de los visitantes brindándoles matices de alegría y euforia.
Sus naranjas que constituyen el tema central de su obra son algo excepcional, porque sus dimensiones contrastan con su delicadeza y cada detalle va explorando la superficie de la fruta como para descubrirle sus más íntimos secretos.
Julio Valle-Castillo / Junio, 1997
Entre las artistas plásticas nicaragüenses, no primitivistas, surgidas en la década de los setentas, habrá que apreciar a Rosario Ortiz y su obra, con más de dos décadas de labor continua a estas alturas, 1997, como una exploración tan subjetiva como objetiva por dominar el mundo de las artes visuales; sus formas, instrumentos, materiales, técnicas. Y, a su vez, tendrá que valorarse como un logro de expresión nueva de la identidad americana; ajena a los nacionalismos, al costumbrismo, al lugareñismo y pintoresquismo los que, no sin acierto y razón de ser, a veces se ha reducido este afán.
La pintora descubre su americanidad en las flores, frutas y conchas de su tierra y de sus mares y formula con ellas un sistema de signos reveladores de su origen, de su vitalidad y de su sensualidad, con los que se comunica con sus espectadores. Un sistema de signos vitales, que son visuales. No crea el lector que por la presencia de flores y frutas estamos ante naturalezas muertas o bodegones académicos, si no ante formas geométricas en relación con otras formas que se tornan o estallan en naturalezas vivas, celebratorias de las mismas y de sus interrelaciones lúdicas.
Para ello, Rosario Ortiz se vale del dibujo y del color. Su color es tropical: amarillos o naranjas, azules, verdes y rojos con los que cubre y recubre las grandes áreas trazadas y delimitadas por el dibujo. Este dibujo o línea suya es mixta, es decir, mezcla la línea curva, plana y cerrada con líneas sinuosas, que se regodean en si mismas hasta llegar al barroquismo, que se remarca por el contraste, o sea, por lo mixto.
Formas barrocas y áreas coloridas demandan espacio, grandes formatos, para expandirse y desarrollarse a plenitud. Ambos rasgos: predominio del dibujo y colorismo se prestan admirablemente para configurar la apuntada sensualidad y quizá tengan su origen en esa sensibilidad que ha sustentado las artes populares de América. Rosario Ortiz me evoca las grandes telas floreadas, florales y frutales con las que las gentes del pueblo, campesinos, indígenas y mestizos del continente no solo suelen vestirse sino alegrarse.
Este concepto y su intensidad exige espacio tanto para subvertir cierto realismo como para que el volumen, otro elemento de su sensualidad, se sienta cómodo. No en vano sus composiciones son abiertas, es decir, se salen de los límites del lienzo, de modo que sus motivos a veces son tratados como detalles deliberados. Véase sus variaciones de “Orquídea y Detalle de Orquídea”. Cabe destacar que la calidad de la factura y acabado de esta producción, la riqueza textural, texturas visuales, que Rosario Ortiz consigue aplicando capas de color, raspándolas y frotándolas innumerables veces, ratifican la sensualidad de esta pintura como gesto o acto mismo de pintar.
Óleo frotado y raspado de una paleta perfectamente identificable que transpira oficio, trabajo y olor y color y sabor, frescura. Flores y frutas y conchas marinas sobre espacios azules o apretujadas gozosamente en cestos de bambú o palma y caña como signos de la naturalezas –y de la identidad– americana, ejecutadas con dominio, casi con virtuosismo, en franco tránsito hacia la madurez pictórica.
Manuel Martínez / Septiembre 2001
El tema de Rosario Ortiz de Chamorro procede en su totalidad del reino de las frutas y flores; sin embargo, no constituye ninguna limitación para el atractivo que ejerce. La belleza por sí sola no basta.
El observador se ve sustraído a través de transiciones, con una sorpresa divertida. La ingenuidad de la pintora se ve abarcada por una variedad de sugerencias que conducen hacia la transformación.
El análisis de cada capa de pigmento de las pinturas de Rosario es la vida emocional de cada una que se auto revuelve por la luz del día. Un don inocente que le sirve a la artista como un medio para expresar el contraste denso de sentimientos en imágenes ocultas de deleite simbólico.
Alvaro de la Rocha / Noviembre 2001
Es la pintura de Rosario de un optimismo desbordante, llevando al espectador a experimentar el placer a nuestros sentidos. Sus imaginarias flores y frutas nos transmiten una simple confianza, un deseo firme e ingenuo de que aprendamos a valorar y a gozar con juventud y vitalidad de la belleza que nos rodea. Sus explosiones de color nos revelan a una artista que se deleita con lo que la vida tiene de agradable.
Los pétalos danzantes de sus flores, parecen querer abrazarnos para transmitirnos el placer de vivir y sus frutas, que a veces vuelan por el espacio, las protegen, envolviéndolas con un etéreo velo. Los cuadros de Rosario agradecen a Dios su magnífica creación.
Exhibición BAC Florida Bank Mayo 2008: UNA RECREACION VISUAL DE LA NATURALEZA ESCRITO DRA TORRES
UNA RECREACION VISUAL DE LA NATURALEZA
El concepto de naturaleza en pintura puede ser interpretado por los artistas de manera muy diversa: como una reflexión del ser humano ante el mundo visible e invisible tanto a través del paisaje natural o del paisaje urbano, o bien, como una recreación de la vida cotidiana mediante la representación de objetos inanimados, flores y frutas. A esta representación de lo cotidiano, que data desde la antigüedad grecorromana, se le han otorgado los nombres de bodegón o naturaleza muerta. El término, considerado en algunos tratados de arte como sinónimo, ha sido definido como un género de la pintura “que representa objetos sin vida en un espacio determinado, como animales de caza, frutas, flores, utensilios de cocina, de mesa o de casa”.
Actualmente, sin embargo, la acepción ha sido revisada y los nombres “naturalezas inmóviles” o “naturalezas silenciosas” se han estado utilizando a partir del siglo XX, para nombrar a todas esas recreaciones de objetos “inanimados” que poseen sus propios códigos de significado. En el siglo XXI, continúa siendo un tema de absoluta contemporaneidad, sujeto a innumerables interpretaciones, las cuales comprenden planteamientos sociológicos, filosóficos y morales: desde objetos de deseo y de la opulencia, hasta alusiones a la brevedad de la vida, al paso del tiempo y a la muerte como las vanitas y los memento mori.
Dentro de los objetos reales, el tema floral y el de las frutas goza de larga tradición dentro de la pintura universal, convertido al cabo de los siglos en un motivo de recreación estética y visual. Para Rosario Ortiz de Chamorro ( 1949) ha sido una constante desde sus inicios como artista, pues tanto en sus dibujos en blanco y negro o a color como en sus óleos sobre tela, las flores y las frutas se convierten en una recreación visual y cromática del mundo natural, representadas a través de su óptica personal. Son naturalezas silenciosas e inmóviles que se salen del mundo doméstico y rebasan la cotidianeidad, transformadas en close-ups ampliados del mundo natural, cuyos códigos de representación han sido renovados.
En ellas, muestra que aquellas flores o frutas que le son muy preciadas y despliega ante los ojos del espectador una colección de orquídeas, hibiscos, naranjas y ciruelas como objetos de privilegio, entendidos – según Margit Rowell- como “un sistema narrativo que se corresponde con una estructura del deseo, dentro de la cual posee sus códigos singulares de significado y representación” . En este sentido la Catleya, orquídea de gran belleza conocida como “Lirio de mayo” y “Lirio de San Juan”, despliega en su versión Catleya con amor, el deseo personal de preservar la belleza de lo efímero, hacer de ella algo perdurable o convertirla en símbolo de la sensualidad. Además de ocupar el centro de la composición, la rica tonalidad del color rojo realza su protagonismo, de manera que ambos transforman a esta flor exótica en un objeto coleccionable y precioso.
Un tratamiento semejante se puede observar en la flor de Hibisco, más conocida como flor de avispa, presentada como una enorme inflorescencia del paisaje cuyas hojas se han convertido en verdes montañas. Tanto Avispa como Avispa y capullo, Mariposa Monarca y avispa son portadoras de una visión ideal del mundo donde los códigos de representación obedecen a la búsqueda de un diálogo entre la naturaleza y el ser humano para lograr su mutua preservación. A diferencia de las naturalezas inmóviles de los siglos XVII y XVIII, no son flores de invernadero artísticamente dispuestas en una canasta o en un florero, ni son presentadas como símbolos de bienestar propios de una determinada clase social.
Son simplemente recreaciones de una naturaleza viva, laboriosamente ejecutadas, donde se combina la belleza formal con lo real maravilloso. Sin embargo, flores como Magnolia roja, orquídeas como Detalle de Catleya y Catleya amarilla se convierten en testimonios personales de su identidad como mujer al subvertir los códigos tradicionales de representación otorgándoles género y corporeidad. Los términos “delicado” y “decorativo” como elementos definitorios de lo femenino han sido sustituidos por construcciones ideológicas donde predomina una identificación de la mujer con la naturaleza biológica del cuerpo. Asimismo, según la artista, en Catleya amarilla existe una estrecha relación entre la simbología del color y su relación con los sentimientos: el amarillo de la amistad, verde de la esperanza y rojo del amor, uniendo el efecto estético con la comunicación afectiva.
Las frutas, al igual que las flores, son objetos del deseo y objetos de una pasión: sensuales y eróticas parecieran definir las formas ondulantes de la anatomía femenina. Naranjas y ciruelas presentadas en un gran primer plano frente al austero gris del fondo propician múltiples lecturas y construcciones ideológicas: desde la legitimación de la femineidad hasta las asociaciones con las teorías de Freud y el subconsciente. Sin embargo, dentro de la historia del arte, el tema de las flores, las frutas y otros alimentos ha sido objeto de diversas recontextualizaciones y presentado como símbolo de la hospitalidad.
Según Norman Bryson estos temas, conocidos posteriormente como naturalezas muertas, fueron muy frecuentes desde la época romana y los artistas llamaban xenia a las pinturas donde se representaban frutas como higos, cestas de cerezas, uvas y otros alimentos enviados a los invitados “como parte de la ceremonia con la que se acoge al extranjero (xenos) en el oikos o casa”. Desde entonces, la pintura que representa frutas y objetos de índole diversa, se ha ido perpetuando a través de los siglos y recibiendo diversos nombres: desde bodegones hasta naturalezas muertas, quietas, silenciosas e inmóviles. Asimismo no han faltado las interpretaciones de este género pictórico, como parte de un sistema de pensamiento, al contextualizar su contenido de acuerdo a los códigos sociales, económicos, morales y filosóficos de cada época.
Dentro del mundo contemporáneo, Rosario se siente en la libertad de formular su propia narrativa presentándonos una naturaleza ordenada y especifica, mediante la cual el espectador se siente invitado a entrar en su oikos o mundo privado para celebrar la recreación de todos los objetos familiares que ella comparte con nosotros, tendiendo un puente entre el presente y el pasado.
Maria Dolores Torres Profesora de Historia del Arte UCA Exhibición BAC FLORIDA BANK Mayo 2008
ROSARIO ORTIZ DE CHAMORRO: DEL GRAFITO AL COLOR, OTRA RELECTURA AMERICANA
Lo que bien amas permanece Sergio Ramirez Mercado 2008
LO QUE BIEN AMAS PERMANECE
Sergio Ramírez Mercado
La retrospectiva de un pintor nos muestra los cambios y maduraciones de su proceso creativo a lo largo de la vida, como si se trata de su propia biografía colocada en las paredes, la mejor manera de mostrarse frente al espectador para que pueda apreciar el camino recorrido. De esta manera he visto la obra de Rosario Ortiz de Chamorro en el Teatro Nacional Rubén Darío.
En literatura solemos decir que el primer libro de un escritor viene a ser una especie de semilla, o de capullo, que encierre ya toda su obra futura, como un ovillo que luego irá desenrollándose a lo largo de los años, a través de sus demás libros. Ahora, al ver los cuadros de Rosario correspondientes a cuatro décadas de dedicación a la pintura, puedo decir lo mismo, que en sus primeros cuadros está ya el núcleo genético de los que luego vendrían.
Es que un artista, escritor o pintor, hace sus escogencias fundamentales desde el momento en que decide que ha nacido para plasmar sus percepciones del mundo en el papel o en el lienzo, y esas escogencias llegarán a tener muchas variantes determinadas por nuevas percepciones, por el afinamiento de la sensibilidad y por el dominio creciente de la técnica, pero siempre estarán presentes como una prueba de la constancia que tienen nuestras visiones desde que las incubamos.
Las frutas de Rosario, naranjas, manzanas, mangos, lo que hacen a través de su historia de pintora es iluminarse con el tiempo, ganar en esplendor, pero su textura meticulosa está presente desde el principio, esa percepción carnal respecto al mundo frutal de que ella es ya dueña en sus primeros cuadros, sin asomos de primeriza, en comunión juvenil con la naturaleza y sus seducciones y sensualidades, que será luego su comunión de madurez.
Me fijo en Naranja naciente (1975) ( Pág. 61 “Libro Retrospectiva 1971-2008) por ejemplo, esa fruta aureolada que amanece en el horizonte del cuadro, como un astro que se alza, y voy a sus Naranjas (2003) ( Pág. 128 “Libro Retrospectiva 1971-2008) para encontrar que hay una multiplicación del milagro de la piel y la carnosidad de las frutas en la composición, con una luz más intensa que ha sido creada por el tiempo mismo, porque la mano ha aprendido las sabidurías de la luz que domina la pasión que llega a tener el color.
Lo mismo pasa con las flores, avispas, lirios, orquídeas, cucuyús, que ya están desde siempre reclamando su espacio desde la mano que traza aceradamente las líneas, y que luego entran a definirse en amarillos, verdes y rojos esplendorosos, como en ese Malinche (2008) (Pág. 135 “Libro Retrospectiva 1971-2008) dividido en seis paneles, o en la Catleya amarilla (2008) (Pág. 134 “Libro Retrospectiva 1971-2008) que parece capaz de engullir con ardor.
Son frutas y flores vivas todas ellas, las que van apareciendo a lo largo de la carrera de Rosario, flores de reminiscencias carnales y carnívoras, bocas y membranas, frutas que abren sus valvas y enseñan sus sinuosidades, la vida que se comunica en otras vidas en el afán perpetuo de la reproducción que despierta en el color como en una fiesta total de los sentidos.
Un mundo incesante desde su origen a lo largo de una vida para la pintura que en la constancia de sus temas me recuerda a Rilke cuando dice que lo que bien amas permanecen.
Managua, Julio 2008.
SMR
Julio Valle-Castillo Managua, Noviembre 2006 - Diciembre 2007.
Entre las artistas plásticas nicaragüenses, no primitivistas, surgidas en la década de los setentas, habrá que apreciar a Rosario Ortiz y su obra, con más de dos décadas de labor continua a estas alturas, 1997, como una exploración tan subjetiva como objetiva por dominar el mundo de las artes visuales; sus formas, instrumentos, materiales, técnicas. Y, a su vez, tendrá que valorarse como un logro de expresión nueva de la identidad americana; ajena a los nacionalismos, al costumbrismo, al lugareñismo y pintoresquismo los que, no sin acierto y razón de ser, a veces se ha reducido este afán.
La pintora descubre su americanidad en las flores, frutas y conchas de su tierra y de sus mares y formula con ellas un sistema de signos reveladores de su origen, de su vitalidad y de su sensualidad, con los que se comunica con sus espectadores. Un sistema de signos vitales, que son visuales. No crea el lector que por la presencia de flores y frutas estamos ante naturalezas muertas o bodegones académicos, si no ante formas geométricas en relación con otras formas que se tornan o estallan en naturalezas vivas, celebratorias de las mismas y de sus interrelaciones lúdicas.
Para ello, Rosario Ortiz se vale del dibujo y del color. Su color es tropical: amarillos o naranjas, azules, verdes y rojos con los que cubre y recubre las grandes áreas trazadas y delimitadas por el dibujo. Este dibujo o línea suya es mixta, es decir, mezcla la línea curva, plana y cerrada con líneas sinuosas, que se regodean en si mismas hasta llegar al barroquismo, que se remarca por el contraste, o sea, por lo mixto.
Formas barrocas y áreas coloridas demandan espacio, grandes formatos, para expandirse y desarrollarse a plenitud. Ambos rasgos: predominio del dibujo y colorismo se prestan admirablemente para configurar la apuntada sensualidad y quizá tengan su origen en esa sensibilidad que ha sustentado las artes populares de América. Rosario Ortiz me evoca las grandes telas floreadas, florales y frutales con las que las gentes del pueblo, campesinos, indígenas y mestizos del continente no solo suelen vestirse sino alegrarse.
Este concepto y su intensidad exige espacio tanto para subvertir cierto realismo como para que el volumen, otro elemento de su sensualidad, se sienta cómodo. No en vano sus composiciones son abiertas, es decir, se salen de los límites del lienzo, de modo que sus motivos a veces son tratados como detalles deliberados. Véase sus variaciones de “Orquídea y Detalle de Orquídea”?. Cabe destacar que la calidad de la factura y acabado de esta producción, la riqueza textural, texturas visuales, que Rosario Ortiz consigue aplicando capas de color, raspándolas y frotándolas innumerables veces, ratifican la sensualidad de esta pintura como gesto o acto mismo de pintar.
Óleo frotado y raspado de una paleta perfectamente identificable que transpira oficio, trabajo y olor y color y sabor, frescura. Flores y frutas y conchas marinas sobre espacios azules o apretujadas gozosamente en cestos de bambú o palma y caña como signos de la naturalezas –y de la identidad– americana, ejecutadas con dominio, casi con virtuosismo, en franco tránsito hacia la madurez pictórica.
NATURALEZA APASIONADA Sergio Ramírez
NATURALEZA APASIONADA
Sergio Ramirez Mercado
En estos cuadros de Rosario Ortiz, donde las frutas se alternan con las flores, la realidad está en su irrealidad, o al revés, si queremos, la irrealidad está en su realidad, porque hay una manera aventurada de contemplar la naturaleza, y cuando la pintora parece que copia estas frutas y estas flores, las hace entrar en una dimensión diferente, creando con ellas un universo paralelo.
Las peras tienen un rojo subyugante que se desvanece en el fondo azul cobalto, pero ese rojo es una mentira congelada y el azul cobalto también, un milagro concentrado en el rojo imposible que de pronto se abre porque el cuchillo ha entrado en la carne de la pera descubriendo su pálida luminosidad, y las tres semillas como gotas oscuras en la base están allí para afirmar el delicado equilibrio de la composición. Y las manzanas. Cuando uno ve esas manzanas de un verde tan terso, las busca no solo con la mirada, sino también con el tacto.
Y naranjas encendidas de oro, volúmenes puros, y otra vez el azul cobalto que abajo se descompone en verde musgo para que el ojo persiga el contraste del color y se abandone a su atractivo; ya luego nos encontraremos con otro grupo de naranjas donde hay una en primer plano, partida por la mitad, que deja ver su entraña como una corola geométrica, pétalos que se abren sugiriendo el dulzor, carne desnuda otra vez.
Pero está también ese rojo increíble de la carne del zapote abierto, al lado de la fruta de piel morena la tajada que ha dejado paso al ojo para entrar en el misterio del universo revelado, en el que la lustrosa semilla de un marrón oscuro se ilumina al centro como un crisol. Dónde está el color, en la vista o en la memoria? No hay naturaleza muerta cuando se recuerda, sino que esas frutas vienen desde la percepción aprendida en la infancia, cuando nos sorprendió por primera vez su textura, su color irreal, y su perfume embriagante.
“Y yo tuve en mis manos, como la más Margarita de las Margaritas, tu corazón” dice Rubén en su Poemita de verano. “El trascendía a fruta del trópico y al mismo tiempo a flor tropical; de modo que se dijera una flor viva y con olor al níspero moreno, a la piña rubia, al jocote de sangre, al melón de miel y la pulpa de sandía…”
Frutas y flores hay en esta muestra y aún manzanas y peras pasan a ser encendidas por la luminosidad del trópico. Flores tropicales otra vez rojas, en movimiento porque en el lienzo no reposan, se estremecen o abren sus bocas doradas, corolas hambrientas dispuestas a tragar, rojos y verdes que se animan entre sí porque al contrastar el color, otra vez como en las frutas, Rosario hace que la tela cobre vida y la naturaleza se vuelva apasionada.
NATURALEZA APASIONADA 2 Sergio Ramírez
No han sido un teórico ni crítico de arte los que han sostenido, haciendo caso omiso de las otras técnicas –los relieves e incisiones mayas, aztecas e incas–, que el dibujo es el arte más antiguo y a su vez más característico de América, principalmente cuando se traza la trayectoria desde los códices en tiras de cuero de venado y sus múltiples pictogramas, petroglifos, grecas y geometrizaciones de las cerámicas indígenas en mezo y Suramérica hasta los tendencias de la actualidad, siglo XXI, pasando por el carboncillo, el lápiz o grafito, la tinta y la plumilla, los cartones cómicos, las anónimas y populares relaciones en papel amate, la nueva figuración, etc. Aunque tal certeza es innegable, se reduce un poco arbitrariamente las artes visuales de América a la línea, máxime cuando contemplamos la experimentación con diversos materiales y sus logros que producen una gran heterogeneidad de lenguajes, sin olvidar el color y el fulgor.
Tal afirmación u observación crítica no resulta infundada si nos remitimos a varios casos: a los dibujos del guatemalteco Carlos Mérida (1899-1984), de raíz precolombina y casi constructivista, del chileno Roberto Matta (1911-2002), tan abstracto como cósmico en un surrealismo de estas latitudes, en el cubano Wifredo Lam (1902-1982) cuyas lanzas afrocaribeñas hieráticas se logran a punta de líneas y el caso individual del mexicano José Luis Cuevas (1934), acaso uno de los mayores dibujantes del mundo actual, al desmontar y desfigurar para revelar el lado oculto, malsano, el dolor y el terror, la deformidad de la especie humana. Y si retrospectiva y panorámicamente vemos que mucha de la consistencia de las artes americanas en los últimos cinco siglos se debe a que la mayoría de nuestros artistas figurativos, realistas, abstractos y neo-figurativos son dibujantes calificados, dueños de la línea, que dotan de solidez sus composiciones y su pintura misma.
La visión o valoración del dibujo tenemos que aceptar que es certera, subjetiva y abre muchas posibilidades a la visión y a la realización.
Aún más, hay quienes interpretan que esta preeminencia de la línea expresa la sensibilidad, la intuición e identidad americana. Marta Traba (1930-1984), una de las críticas más controversiales del arte moderno americano, era de las que sostenía esta tesis. Pensemos antes que, en los murales mexicanos, en los dibujos de José Clemente Orozco (1883-1949) y Diego Rivera (1886-1957) que delinean y delimitan sus multitudes y fisonomías. En la limpia geometría mixta, sensual y ondulada del guatemalteco Luis Díaz (1939). O en nuestro Armando Morales (1927), maestro del dibujo en el proceso de elaborar sus lienzos misteriosos o transfiguradores de la anatomía humana, el paisaje provinciano y las frutas.
En el panorama nicaragüense y por unidad y extensión de Centroamérica, Leoncio Sáenz (1935) se enseñoreaba en el dibujo o la línea aséptico, límpida, desde un remoto origen indígena y desde su iniciación. El juego geométrico de la línea se la prestó al colombiano Omar Rayo (1928) a la geometría sensible que sustenta su aporte y lo mejor de su obra. Tampoco existe arte cinético, pese a lo categórico de la animación, sin el dibujo. En la década del 1970, en Nicaragua, Carlos Montenegro (1942) y Silvio Bonilla (1950) se revelaron como dos dibujantes con una fineza en las tramas, que parecían grabadas o aguafuertes, fijando, uno, Bonilla los tejados arábigos a dos aguas como concepto y, el otro, Montenegro, el paisaje interior o doméstico en penumbra, personajes y escenas históricas, que sin nacionalismos fáciles revelaban la identidad nacional. En estos mismos años (1971-1975), algunos miembros del grupo Praxis reconsideraron los petroglifos del pacífico y centro de Nicaragua más como expresión estética que como arqueología –el más primigenio de los dibujos—e incorporándoles color produjeron una modernización y especie de neomuralismo verdadero, que, para pérdida del patrimonio y desgracia nacional, se destruyeron, quedando uno que otro completo, durante la guerra de liberación de 1977-79. Pero asimismo surgieron tres mujeres con talento y talante de artistas: Ilse Ortiz de Manzanares (1941), Rosario Ortiz de Chamorro (1949) y Claudia Fuentes de Lacayo (1939), que confirmaban la presencia femenina en el panorama artístico, lleno ya de auténticas mujeres poetas, no poetisas, desde finales de los 60: Ligia Guillén (1939), Michele Najlis (1946), Vida Luz Meneses (1944), Ana ILCE Gómez (1945), Gioconda Belli (1948), Daisy Zamora (1950) y tantas otras que vinieron después y que han venido ahora, poetas y artistas visuales iconoclastas, de avanzada, retomando la danza folklórica y la moderna, resemantizando el arte conceptual, las instalaciones e inaugurando la fotografía, el cartelismo, el diseño gráfico, el grabado y las xilografías intervenidas, el documental y el cine de ficción.
En este segundo reencuentro, reorganización y reasunción de sus postulados estéticos y éticos (1971–1975) del grupo Praxis, formado por Alejandro Aróstegui (1935), César Izquierdo (1937), Amaru Barahona (1937), Leonel Vanegas (1942-1989), Orlando Sobalvarro (1943), Leoncio Sáenz (1936), Roger Pérez de la Rocha (1949) y Michele Najlis (1946) y Francisco de Asís Fernández (1945), consolidaron la nueva pintura moderna y se individualizaron sus integrantes, que habían participaron de un estilo colectivo en su primer momento (paleta escueta, sobria, deliberadamente pobre, materismo español, arena, trapos, madera, cartones; abstraccionismo norteamericano y neofiguración). La trilogía femenina mencionada no tuvo ningún enfrentamiento generacional ni estético ni ideológico, a pesar de sus diferencias. Sus puntos de partida eran otros y hasta contrarios: Ilse Ortiz de Manzanares, Rosario Ortiz de Chamorro y Claudia Fuentes de Lacayo no se formaron en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de Managua, bajo la dirección de Rodrigo Peñalba (1908-1979), como casi todos los miembros de Praxis, aunque recibieron de Peñalba impulso y muchas orientaciones. Ellas proceden de otro magisterio, de otra clase, de un grupo de damas con experiencias autodidactas, que se quedaron en el camino sin pasar del entusiasmo gestor. Ellas estudiaron en una especie de Taller libre e itinerante, que, en León y Managua, fundara el pintor y dramaturgo Alberto Ycaza (1945-2002), quien pasaba acaso por su mejor instante de dibujante neofigurativo y de pintor de personajes en misas negras o tenebrosas oscuranas. Ellas fueron un grupo de artistas decididamente apolíticas y, aparentemente desinteresadas de las problemáticas sociales y de género (1975, Año Internacional de la Mujer); pero asumieron la plástica con técnicas modernas y visión propia, que se sobredimensionó implicando la realidad, la política y hasta la ideología. No fueron artistas primitivistas, espontáneas, pero politizadas e ideologizadas, frecuentemente frescas y exuberantes, como las que irrumpieron en el archipiélago de Solentiname y en las ciudades en la década de los setentas y ochentas: June Beer, Ena Gordillo (1950), Mercedes Graham. (1941), Hilda Vogel, July Aguirre, Olga Maradiaga, Thelma Gómez, o Marina Ortega (1950), Olivia Silva, Gloria Guevara, Miriam Guevara, Rosa Pineda, Elba Jiménez.… Muy pronto se definieron o codificaron, y se relacionaron o integraron tanto con Bellas Artes y Peñalba como con XPO La Prensa: arte contemporáneo nicaragüense y Praxis.
La muestra personal de Rosario Ortiz de Chamorro en Expo, La Prensa, Managua, del 18 al 30 de agosto de 1975, no sólo confirmaba la afición en vocación y aprendizaje y oficio plástico desde 1971, sino a una pintora con futuro, con seguridad en el manejo del instrumental expresivo y personalidad con algo de precocidad, si consideramos que era una muchacha de apenas 25 años. Sus piezas se caracterizaban por un formato romboidal, por una temática constante ya, frutal y con una composición donde las frutas agrupadas por el volumen aparecían enmarcadas o envueltas por una franja que era fondo, a veces y a veces primer plano, franjas de colores tierras, ocres, amarillos, gris verdes, negros tirando a tierra, o franjas de claroscuro que resaltaban el motivo central; esta franja era ondulante y una sino varias veces según variaba la luz y el color, era plana, sino que conseguía cierto volumen armónico con la fruta. La cantidad de cuadros expuesta y la calidad y la constante representativa y compositiva, anunciaban la inminente codificación de la artista; cosa que se produciría casi el mismo año cuando su línea ondulatoria trazó o se impuso en casi toda su producción. Una geometría curva, suave y rítmica definía y subyacía en su pintura, para sustentar la representación vegetal o frutal.
Un año después, Rosario Ortiz de Chamorro exponía en la galería Tagüe, de Mercedes Gordillo (1938), que fue más que una galería para ser el centro cultural post terremoto de 1972; centro de reunión, tertulia, lanzamiento de libros, presentación de artistas nacionales y extranjeros, discusión estética, intercambio de información con críticos de la estatura de Marta Traba y propuesta de temas que en tanto paradigmáticos de lo nacional merecían ser abordados por los artistas plásticos y su óptica personal. Ejemplo. Esta galería propuso más que homenajear, indagar en el Güegüense, no sólo como el primer personaje del teatro nacional a fines o en la crisis del período colonial, sino como emblema identitario y a su vez, como material plástico.
Así el 23 de noviembre de 1976, se inauguró la exhibición. Convergieron en el tratamiento del motivo artistas de diversas generaciones: Alejandro Aróstegui, Rosario Ortiz de Chamorro, Claudia Lacayo, Omar D´León, Ilse Manzanares, Carlos Montenegro, Leoncio Sáenz, Orlando Sobalvarro y Alberto Icaza.
Cuadra la valoró de la manera siguiente:
Esta exposición es la primera respuesta de un grupo de nuestros pintores al reto del Güegüense. Las obras presentadas nos prueban que el tema tiene fuerza germinadora y los artistas fecunda receptividad y poder creador. Hay naturalmente, muchas más cosas en las bodegas del Güegüense. Pero el toque inicial fue mágico.
Omar de León (1929) hizo un tributo a las máscaras de madera o cedazo y retrató a doña Suche Malinche, Alejandro Aróstegui pintó la dualidad o ambigüedad del mestizo, entre el rostro y la máscara, ante el Cabildo Real, Orlando Sobalvarro hizo pinturas de una gran riqueza textural y esculturas de un colorido y de una solución muy popular, un homenaje a la artesanía de madera, Carlos Montenegro, se apropió del reparto de la obra y lo sigue elaborando hasta hoy, en blanco y negro y muy barroco, y a veces en colores; Leoncio Sáenz pintó el importarte en tanto necesario contexto festivo religioso de la representación en Diriamba; Ilse Ortiz de Manzanares, quien tomó distancia de los elementos populares, figurativos y muy consecuente con sus concepciones trató las monedas coloniales, los doblones de oro y plata, en varios lienzos, señalando el problema económico del período y de la obra. Todo el Güegüense gira en torno a los impuestos; y Rosario Ortiz de Chamorro, quien trabajó un cuadro apaisado cuyo tema es sugestivo e inventivo y a su vez muy sencillo, el diálogo inexistente entre el Macho-ratón y el Gobernador. ¿Qué le informaría el Macho a la autoridad, delataría al Güegüense, denunciaría sus bodegas y trojes llenas de riquezas, sus infinitos recursos? Además, el lienzo es anómalo en su autora: es un diálogo nocturno entre los personajes, lo que nos haría especular, desconfiar, pensar en algún tipo de conspiración, otra traición, etc. Mítica o religiosamente aureolados, la línea ondulada de sus dibujos, el volumen de las máscaras, las crines, que define y cierra obra y personajes, logrando una atmósfera con un toque de inocencia infantil (juguetes de barro o madera) y un colorido que nos remite al rojo barro, a la cerámica, que lo tornan un documento raigal. Verdadera representación. Creo que este es una de las más originales interpretaciones y una de las mejores realizaciones del tema.
Rosario Ortiz de Chamorro, es hermana de Ilse Ortiz de Manzanares y ambas, como artistas, están ubicadas en polos opuestos, lo cual es saludable pues ratifica las individualidades u originalidades de cada creadora. Ilse es declaradamente abstracta e interiorista, fuerte y me atrevería a afirmar que dramática; circunda a la mujer de un mundo metálico, filoso y sinuoso en esta cultura patriarcal, pero las heridas, punzadas o máquinas de torturas las trasmuta en arte, mientras Rosario Ortiz de Chamorro es figurativa, vive literalmente encantada en las flores, frutos y paisajes de la tierra y el mar e interesada en retomar de manera celebratoria y lúdica la estética aristotélica de copiar la naturaleza. Ambas son compañeras de trabajo artístico de Claudia Fuentes de Lacayo que se les separa al plantear una relectura de la cerámica, de sus formas circulares y ovoidales y de su colorido marrón, tierra roja: ollas, porongas, tinajas, comales del barro indígena, en su búsqueda de expresar la americanidad y la feminidad. Las tres, bien pudiera afirmar, son síntesis de la enseñanza y del proceso de las artes visuales nicaragüenses que arrancó en 1948 y que ha continuado hasta el presente.
La obra de Rosario Ortiz de Chamorro es contrastante. Su originalidad radica no en copiar sino en transfigurar, en un acto festivo, de alegría creadora, las flores y frutas generando formas muy sugestivas. Rosario Ortiz de Chamorro aparece inicialmente como dibujante; su segunda muestra personal fue de dibujos al grafito, y de inmediato manteniéndose en un ascenso de disciplina, virtuosidad y libertad, a lo largo de tres décadas y media, le abre paso y espacio al dibujo, o sea, a la línea y a la pintura y desemboca en cuadros de gran formato, de intensidad colorista que pone distancia con el gris volátil y el luminoso blanco inicial. Se aproxima a atmósferas fantásticas al juntar sobre un azul cósmico mariposas y flores. Estamos pues ante una obra responsable, sistemática y codificada, lo cual se alimenta por una experiencia interior.
El dibujo a grafito y su realismo se origina, me lo advirtió ella, en una ocasión, con un tono confesional y a su vez, evocativo gozoso, antes de su adolescencia, cuando pasaba muchas tardes junto a su madre, doña Lidia Mayorga de Ortiz, quien era una hábil y creativa diseñadora de túnicas y mantos para la imaginería religiosa, en la resaca colonial, propia de León de Nicaragua. Mientras su madre copiaba, recreaba y bordaba los arabescos de los puños y ruedos de aquella vestimenta, la niña, bajo su estimulo y dirección, copiaba las tintas y grabados de la flora y fauna de los libros de zoología y botánica científica, en algo que fue como una escuela a domicilio, dotándola con el paso del tiempo de un seguro dominio del dibujo, del modelo y de las sombras. De esta experiencia familiar y lineal, Rosario Ortiz de Chamorro saltó a experimentar con la pintura y a incursionar en el cubismo, en 1974. :
Pero retornó a dibujar al grafito las frutas y flores de su ámbito: orquídeas, lirios, magnolias, avispas, hongos, cucuyos, malinches, calas y naranjas. Dibujos sobre papel con tal aprovechamiento que hasta la granulación o las texturas diversas de las láminas se integran a la representación y con tal dominio del blanco y negro -–aquí empiezan sus contrastes– que lo que plasmó fue una luminosidad apenas delineada, la línea, el esbozo por muy gris o negro que fuera no compite con la luz, no con lo blanco del papel, no con la blancura esfumada, sino con la luz, que se transforma en centro y volumen. Volumen esférico de las naranjas, volumen de los sacuanjoches, volumen de las corolas de pétalos leves, pero que el conjunto las hace resaltar, volumen de los fondos ondulados que la artista llamará después montañas se iluminan o ensombrecen para cerrar el espacio, acordes con las figuras centrales que generan otro espacio irreal o creado –he aquí otro de sus contrastes–. A pesar de la luz, del juego de los volúmenes, de la textura del papel, la línea se impone en su simplicidad y sencillez. Sus dibujos a grafito pueden representar tres circunferencias que se vuelven naranjas, o dos , hasta alcanzar la depuración un solo fruto, que no es más que el milagro de una línea curva, cerrada, no plana por el volumen, que juega con dos, tres o un centro casi tangencial, gracias a la ilusión óptica. Igual ocurre, con mayor complejidad, con las flores, pétalos, corolas, pistilos y tallos. De aquí la trascendencia de su segunda exposición personal en Tagüe , octubre de 1976, al mes de la muestra colectiva sobre el Gueguense. Esta muestra acusa la conciencia de la reivindicación del dibujo, afán de aquella década. Su catálogo junto a su nombre dice: DIBUJOS. :
Del dibujo pasó al color, es decir, del grafito, de los lápices de colores, a la pintura y al pincel –he aquí otro de sus contrastes–; pero su pintura no rompió con la línea y recurrió al óleo. Desafortunadamente, la década de la llamada Revolución Popular Sandinista (1979-1990), las tres pintoras salieron a un exilio voluntario por estar en desacuerdo con la propuesta de la nueva fundación de Nicaragua. Fueron proscritas de muestras internacionales, como la que se organizó en el Museo Carrillo Gil, de México, en 1980, no participaron en concursos no fueron premiadas ni expusieron bajo el auspicio oficial y sus nombres eran pronunciados en voz baja. Entre tanto, las tres ellas en distintos puntos de América continuaron pintando y exponiendo. Rosario –como suele firmar sus telas— expuso en el Salvador, Honduras, Guatemala y Florida, Miami; profundizó su temática y amplio su dominio técnico, se apropió del color, tal y como puede observarse desde sus exposiciones de 1985 en Miami, en China, 1993, Palacio de Naciones Unidas, Ginebra, Suiza (1996). hasta las de principios del siglo XXI dentro y fuera de Nicaragua: Galería Códice, Managua, en 1997 insistió con las orquídeas blancas y moradas, las naranjas, pero partida por la mitad (óleo / tela, 50 x 40 cms, 1995-96) y aparecieron pitahayas, mandarinas, limas, limones, azahares, caimitos, zapotes, mangos y marañones revueltas con frutas de otros climas americanos como las peras, los duraznos, grapefruits,
Hay que apreciar y valorar la producción artística de Rosario Ortiz :
de Chamorro, como una exploración tan subjetiva como objetiva por dominar el mundo de las artes visuales; sus formas, instrumentos, materiales, técnicas. Y, a su vez, tendrá que valorarse como un logro de expresión nueva. Libre, simbólica de la identidad americana. La pintora descubre sus americanidades en Nicaragua como en el exilio en algo que podría ser obvio, las flores, frutas y conchas: pero en el arte no importan tanto, como ya sabemos hasta la saciedad, los temas o motivos, sino la novedad u originalidad de su representación. Rosario Ortiz de Chamorro con los colores y las formas formula un sistema de signos reveladores de su origen, de su vitalidad y de su sensualidad, con los que se comunica con sus espectadores y establece una fiesta de los sentidos. Un sistema de signos que brotan o emergen de la luz y desplazan el color hacia los bordes, todo lo cual convierte estos signos visuales en signos vitales. No crea el espectador o lector de este texto o de los cuadros que por la presencia de flores y frutas estamos ante naturalezas muertas de ejercicios académicos o bodegones de aprendices, si no ante una obra codificada a través de formas geométricas en relación con otras formas que se tornan o estallan en identificaciones sensibles y naturalezas vivas, celebratorias de sí mismas y de sus interrelaciones lúdicas. De aquí que su paleta corra feliz el riesgo de ser tropical y aún más, si se quiere, tropicalista: amarillos o naranjas, naranjas sobre naranjas, naranjas sobre tela verde, azules intensos (“Un trozo azul tiene más intensidad que todo el cielo”), en relación con verdes que parecieran puros y rojos con los que cubre y recubre las grandes áreas trazadas y delimitadas por el dibujo. Su color más que color es intensidad.:
Este dibujo, como lo insinúe antes, o estas líneas suyas son mixtas, que se regodean en sí mismas hasta llegar al barroquismo, que se remarca por el contraste, o sea, por lo mixto. Formas barrocas y áreas coloridas de gran y decidora intensidad, que le han demandado mayores o amplios espacios, grandes formatos, para expandirse y desarrollarse a plenitud. Ambos rasgos: predominio del dibujo y colorismo se prestan admirablemente para configurar la apuntada vitalidad, júbilo, sensualidad y quizá tenga su origen en esa sensibilidad que ha sustentado las artes populares de América. Esto demuestra que no sólo un arte doliente, desgarrado, dramático, el realismo crítico o denunciante puede ser expresión de nuestra sociedad, como se ha creído desde el muralismo mexicano y otras tendencias y movimientos, sino la confirmación de la vida. El júbilo de Rosario me evoca el gusto mesoamericano por los telares coloridos y los huipiles poblados de mapolas hechas de cintas o grandes flores bordadas como en Oaxaca, o las telas floreadas de hace algunas décadas. Los poetas, los músicos y los artistas plásticos, desde las distintas naturalezas de sus lenguajes, espaciales y temporales, verbales, rítmicas y táctiles, percepción e intuición, revelan no sólo una identificación con la naturaleza, en el caso de flores y frutas, sino han encontrado una expresión americana, autóctona, indígena o indiana. Cabe recordar, el culto y gusto de los pueblos indígenas por las flores. “La flor, madre de la sonrisa”… Nuestros artistas de diversos momentos coinciden más de lo que podríamos suponer en este particular, hasta lograr articular una familia y un código: pienso en las sandías triangulares y semi abstractas de Rufino Tamayo (1899-1991). Florales y frutales son la gente del pueblo, campesinos, indígenas y mestizos del continente, no sólo para vestirse sino alegrarse. La flor es la fiesta. Las frutas son arcos triunfales. Las sartas de flores y las guirnaldas hacen los altares. El indígena tiene una acendrada pasión por las flores y por tanto por los colores. Colores y cuerpo se unen, recordemos las frutas mutantes de Omar D´León.
Coetáneamente a Rosario de Chamorro, Carlos Mejía Godoy (1945), cantor y compositor nacional, en su “Misa Campesina”, mundialmente conocida, ofrece en su “Ofertorio” ante el altar del Señor, las frutas nicaragüenses con todo su sol, colorido y fragancia. De este modo, Mejía Godoy fusiona la ofrenda de los indígenas prehispánicos con la de los criollos y mestizos posteriores. Dos religiosidades en las frutas. Joaquín Pasos (1914-1947), poeta del Movimiento granadino de Vanguardia, que se empeñaron en la búsqueda de lo americano, tiene un par de sonetos con estos motivos: “Flor” y “Fruta” que profundiza o hermana, a pesar de la distancia y de los lenguajes, con Rosario Ortiz de Chamorro. No es gratuito de Pasos, titule a su díptico frutal con una etiqueta pictórica de la más antigua data : “Naturaleza muerta”. He aquí el primer soneto que vislumbra –la poesía es profecía—la pintura de Rosario. “Viva flor en colores encendida” con el desgarrón sentimental del barroco, como ha resultado:
Flor:
En cristales sin sombra aprisionada
viva flor en colores encendida,
una caja de luz en la callada
tumba, a tus despojos ofrecida.
Dolor de hojas que lloran la perdida
rama. Pájaro vegetal, no hay alborada
más que la de hoy, primera de tu vida
y última de tu muerte encarcelada.
Mañana te verán anochecida
a pesar de la luz que fue guardada
en esta caja de cristal pulida;
te encontrará tu dueña, marchitada,
en tus mismos colores desteñida,
en tu propio perfume amortajada.
He aquí el segundo soneto: “Fruta”, donde hay como una adivinación de la futura pintura de Rosario: la “dueña enamorada del sabor de la fruta y de la vida” de la doble esfera colorada, que serán reiterativas en ella:
Para tu redondez apetecida,
fruto crecido en heredad soleada
una fuente de plata, tan bruñida,
que hace doble tu esfera colorada.
En ella verterás tu sangre helada,
tu jugosa potencia reprimida
para tu joven dueña, enamorada
del sabor de la fruta y de la vida.
Tu cáscara vacía, abandonada
De tu pureza vegetal destruida,
Cederá su color apuñaleada,
y encontrará al final de la comida
tu esperanza, en semilla transformada
sobre el dolor callado de tu herida.
Otro poeta, anterior a Rosario Ortiz de Chamorro, leonés como ella, pero muy distante en edad y generación, pues Juan de Dios Vanegas (1873-1964) nació en el siglo XIX y perteneció al grupo modernista de León, escribió un poema en prosa, titulado “Las Frutas”, donde exalta con lujo verbal y sensual el color, sabor y color de las frutas de nuestra tierra:
Olor, sabor, color en las frutas; para eso, las nuestras. Olor penetrante, enloquecedor, que no solo se apodera del olfato, sino que despierta y humedece el paladar, pone erectas todas las fibras del tacto y entusiasma y enciende toda la fantasía. Ese olor hierve en nuestro amarillo melón. Ese atrayente globo de oro más subido, es de tan ingenua bondad ingénita, que ya señala a la anhelante vista la línea que ha de seguir el cuchillo para descubrir la miel endurecida y fresca que nos acaricia la lengua como una cosa viva, animada y juguetona, Olor, color, sabor, allí están en el terso guineo patriota, que parece hecho de seda crema comprimida en la más aromada y blanca de las mieles, en el guineo de rosa; formado con la pula de los más olorosos pétalos de la reina de las flores.
Mirad la rechinante canasta sobre la cabeza de esa indita morena y ondulante; parece que lleva un iris convertido en fragmentos. El mango es la fruta del Paraíso que más agradaba a Adán. Cuando le quitáis la acarminada cáscara y lo chupáis, parece que tenéis entre los labios la cabecita de un niño rubio a quien se la hubieran untado de miel las abejas. El marañón gualdo o rojo que se mece al viento en el extremo de la rama os pone la tentación de transformaros en pícaros ladronzuelos. Os aproximáis al ajeno cercado, buscáis una vara con gancho invertido y bajáis la rama. Os levantáis sobre la punta de los pies, oprimís la fruta en vuestra mano temblorosa y le dais vuelta para desprenderla. Ya es vuestra; y la mordéis golosos ¡Cómo suena de vuestra boca al daros su jugo al influjo del mordisco! Parece que estáis rasgando con los dientes un pedazo de las más firmas tela de seda. Y no arrojáis la semilla; la guardáis avaro en vuestro bolsillo para tostarla al fuego y comeros la almendra, que es comida de ángeles. ¿Y por qué preferís aquel encendido marañón picado por los pájaros? Ya lo sé; aún más dulce que los otros, porque bajo los rayos del sol se ha precipitado y acumulado mayor cantidad de miel.
La naranja ¡Qué entusiasmo! Y si es de Chinandega ¡Qué locura! Cuando Dios quiere chupar una o diez, a esa ciudad manda por ellas. Van cayendo áureos trocitos de su delgada corteza al filo del cortaplumas y os queda una blanca esfera, a la que de un tajo le quitáis un polo. Por allí sorbedle el jugo y con ambas manos oprimidla hasta el fin. Parecéis un niño glotón que sorbe desesperado el más grato seno de la madre. “Ah! Decís; si estuviera en el mar o a la orilla de un río, tomando un fresco baño y chupando naranjas.
¿Y la sandía tan roja como la llama?, ¿Y el zapote rubicundo y dulce?, ¿Y la guaba, que entre la esmeralda de su vaina esconde esas monedas incitantes que parecen de terciopelo blanco? Y os hago merced de olvidarme del dorado nancite, que pone su amarillo manto bajo del árbol; y del sanguíneo jocote que estalla entre la boca vertiendo la linfa más encantadora. La olorosa anona, la enorme guanábana, el rudo mamey, el voluble caimito, cuyas hojas son símbolo de los políticos falsos y de los amigos hipócritas.
Pero no me he de olvidar de ti, oh piña, imperial piña, fresca y tentadora piña de zumo enloquecedor, que te dejas hacer picadillo en tu misma concha, con la humildad de un mártir cristiano, para hacernos el honor de saborear la piñada, más deliciosa que el champaña.
Frutas adoradas de mi adorada tierra: por vosotras creo firmemente en la encantadora verdad de la leyenda del Paraíso. Por vosotras quisiera vivir cien años, con el paladar virgen de un niño, con la inocente picardía del escolar que a media clase os come en silencio, mostrándoos risueño bajo el pupitre a los desesperados compañeros que ansían el toque de salida para ir volando a buscaros.
Antes que Vanegas, Rubén Darío (1867-1916), el fundador y universalizador de nuestra poesía, conocía con ojo y paladar y lo había escrito “los naranjos verdes impregnados de aroma…” Y “la rica en naranjas de almíbar, Chinandega”. Pero para Darío no son sólo las frutas de Nicaragua, sino el trópico entero. Y si he establecido estas coincidencias y analogías es por lo que reitero, tienen de sensibilidad americana:
Tu corazón, apunta Darío mezclándolo todo:
Trascendía a fruta del trópico y, al mismo tiempo, a flor tropical; de modo que se dijera una flor viva y con olor al níspero moreno, a la piña rubia, al jocote de sangre, al melón de miel y pula de sandía…
Además, el amplio espacio apuntado en la más reciente Rosario subvierte cierto realismo y el ya citado volumen, y la contemplación envuelve al espectador en esta misma sensualidad y encanto: una simple circunferencia, línea curva, plana y cerrada, se nos hace por la gracia de la pintura una fruta. No en vano sus composiciones son abiertas, es decir, se salen de los límites del lienzo, de modo que sus motivos a veces son tratados como detalles deliberados de grandes proporciones. Véanse sus variaciones de “Orquídea” y “Detalle de Orquídea”. Cabe destacar que la calidad de la factura y acabado de esta producción, la riqueza textural, texturas visuales y táctiles muy tersas, que Rosario Ortiz consigue aplicando capas de color, raspándolas, lijándolas y frotándolas innumerables veces, ratifican la sensualidad de esta pintura como gesto o acto mismo de pintar. Óleo frotado, lijado y raspado de una paleta perfectamente identificable que transpira oficio, trabajo y olor y color y sabor, frescura. Flores y frutas y conchas marinas sobre espacios azules o apretujados gozosamente en cestos de bambú o palma y caña como signos de las naturalezas, ejecutadas con dominio, casi virtuosismo, en franco tránsito hacia la madurez pictórica.
Su pintura no huele a pintura, sino exhala la fragancia de lo que está alcanzando la madurez, los mejores sabores, olores y colores.
Managua, Noviembre 2006 – Diciembre de 2007.
Entre flores frutales del nuevo mundo 2012 Por Julio Valle- Castillo
ENTRE FLORES Y FRUTALES DEL NUEVO MUNDO
Por Julio Valle – Castillo
Rosario Ortiz es una de las tres primeras pintoras modernas centroamericanas que irrumpieron en la década del setenta, después del movimiento Praxis de Nicaragua. No se formó en la Escuela de Bellas Artes de Managua, como todo el movimiento nacional, sino en los talleres a domicilio de Alberto Icaza y aun antes, junto a su madre, quien era una diseñadora de ornamentos y túnicas religiosas y bordadora de mucha creatividad a la antigua usanza. Ha complementado su educación visual en los museos de Estados Unidos, América y Europa. Ha participado en innumerables exposiciones colectivas e individuales y la crítica más exigente ha valorado su obra. De tal manera que ya tiene un nombre y una trayectoria de casi cuatro décadas. Empezó con deslumbrantes dibujos de flores al grafito, no solo por dibujos ni grafitos sino por el gris que lograba. De la limpieza de este dibujo pasó a la pintura al óleo con una paleta y un diseño a veces barroco por la ondulación y los contrastes. En este nuevo conjunto, datado entre 2010 y 2012, cuyas medidas son uniformes 24 x 36 y dos 30 x 30, su dibujo vuelve a ser geométrico pero muy atemperado y sensual que se despliega por circunferencias cuyo colorido transforma en naranjas; óvalos que resultan zapotes de pulpa blanca y masa ovoides que con un trazo insinuado se ofrecen en mangos. Sus orquídeas tanto rojas como amarillas poseen una especial extrañeza y delicadeza.
La artista habita un mundo frutal y floral que si en algunos casos como el de la manguifera indica no son del Nuevo Mundo, se han aclimatado y enraizado en nuestras tierras. El colorido verde, rojo, azul, amarillo, cian y el tono tropical envolvente de sus oleos la ubican en América.
Colorido que denota un temperamento, una latitud, una luz y colores ardientes. Esta nueva muestra ratifica sus temas y motivos hasta superar su propia codificación ya conseguida. Trasciende su mismo acabado y factura, lijada o pulida para conseguir los efectos de su veladura y transparencia. Pintura americana, que refuta la Academia y los motivos clásicos de la pintura europea, como las naturalezas muertas, para revelarse en naturalezas vivas, vivas en sus frutos, vivas en su colorido, vivas en su creación, vivas por sus dimensiones que adquieren un toque de monumentalidad y realidad y recreación subvertidas. Los pistilos, los pétalos, sus tallos, sus hojas son naturales, virginales, mas cercas de un naturalismo fresco, que la distancian de la sexualidad de las flores de Georgia O’Keeffe y Frida Kahlo, Vital, vitalista, Rosario Ortiz de Chamorro es expresión del Orbo Novo como se decía en el siglo XVI o del Nuevo Mundo como decimos ahora.
Managua, 9 de marzo de 2012
Entre flores frutales del nuevo mundo Por Julio Valle- Castillo
En esos cuadros de Rosario Ortiz, donde las frutas se alternan con las flores, la realidad está en su irrealidad, o al revés, si queremos la irrealidad está en su realidad, porque hay una manera aventurada de contemplar la naturaleza y cuando la pintora parece que copia estas frutas y estas flores, las hace entrar en una dimensión diferente, creando con ellas un universo paralelo.
Las peras tienen rojo subyugante que se desvanece en el fondo azul cobalto, pero ese rojo es una mentira congelada y el azul cobalto también, un milagro concentrado en el rojo imposible que de pronto se abre porque el cuchillo ha entrado en la carne de la pera descubriendo su pálida luminosidad y las tres semillas como gotas oscuras en la base están allí para afirmar el delicado equilibrio de la composición. Y las manzanas, cuando uno ve esas manzanas de un verde tan terso, las busca no solo con la mirada, sino también con el tacto.
Y naranjas encendidas de oro, volúmenes puros, y otra vez el azul cobalto que abajo se descompone en verde musgo para que el ojo persiga el contraste del color y se abandone a su atractivo, ya luego nos encontraremos en otro grupo de naranjas donde hay una en primer plano, partida por la mitad, que deja ver su entraña como una corola geométrica, pétalos que se abren sugiriendo el dulzor, carne desnuda otra vez.
Pero esta también ese rojo increíble de la carne del zapote abierto, al lado de la fruta de piel morena la tajada que ha dejado paso al ojo para entrar en el misterio del universo revelado, en el que la lustra semilla de un marrón oscuro se ilumina al centro como un crisol. ¿Dónde está el color, en la vista o en la memoria? No hay naturaleza muerta cuando se recuerda, sino que esas frutas vienen desde la percepción aprendida la infancia, cuando nos sorprendió por primera vez su textura, su color irreal, y su perfume embriagante.
“Y yo tuve en mis manos como la más Margarita de las Margaritas tu corazón” dice Rubén en su poemita de verano. El trascendía a fruta del trópico y al mismo tiempo, a flor tropical: de modo que se dijera una flor viva y con olor al níspero moreno, a la piña rubia, al jocote de sangre, al melón de miel y la pulpa de sandía…
Frutas y flores hay en esta muestra, y aun manzanas y peras pasan a ser encendidas por la luminosidad del trópico. Flores tropicales otra vez rojas, en movimiento, porque en el lienzo no reposan. Se estremecen o abren sus bocas doradas, corolas hambrientas dispuestas a tragar rojos y verdes que se animan entre sí porque al contrastar el color, otra vez como en las frutas, Rosario hace que la tela cobre vida y la naturaleza se vuelva apasionada.
Managua, 09 de marzo de 2012. Arte de la pasión Marta Leonor González
Rosario Ortiz es una de las tres primeras pintoras centroamericanas que irrumpieron en la década del setenta, después del movimiento Praxis de Nicaragua. No se formó en la escuela de Bellas Artes en Managua, como todo movimiento nacional, sino en los talleres a domicilio de Alberto Icaza y aun antes junto a su madre que era una diseñadora de ornamentos y túnicas religiosas y bordadas de mucha creatividad a la antigua usanza. Ha complementado su educación visual en los museos de Estados Unidos, América y Europa. Ha participado en innumerables exposiciones colectivas e individuales y la crítica más exigente ha valorado su obra. De tal manera que ya tiene un nombre y una trayectoria de casi cuatro décadas. Empezó con deslumbrantes dibujos de flores al grafito, no solo por dibujos ni grafitos sino por el gris que lograba. De la limpieza de este dibujo paso a la pintura el óleo, con una paleta y un diseño a veces barroco por la ondulación y los contrastes. En este nuevo conjunto datado entre 2010 y 2012, cuyas medidas son uniformes 24 X 36 y dos 30 X 30. Su dibujo vuelve a ser geométrico pero muy atemperado y sensual que se despliega por circunferencias cuyo colorido transforma en naranjas; óvalos que resultan zapotes de pulpa blanca y masa ovoides que con un trazo insinuados se ofrecen en mangos. Sus orquídeas tanto rojas como amarillas poseen una especial extrañeza y delicada.
La artista habita un mundo frutal y floral que, si en algunos casos como el de la sanguífera no son del nuevo mundo, se ha aclimatado y enraizado en nuestras tierras. El colorido verde, rojo, azul, amarillo, cian y el tono tropical envolvente de sus oleos la ubican en américa. Colorido que denota un temperamento, una latitud, una luz, y colores ardientes. Esta nueva muestra ratifica sus temas y motivos hasta superar su propia codificación ya conseguida. Trasciende su mismo acabado y factura, lijada o pulida para conseguir los efectos de su veladura y transparencia, pintura americana, que refuta la Academia y los motivos clásicos de la pintura europea, como las naturalezas muertas para revelarse naturalezas vivas, vivas en sus frutos, vivas en su colorido, viva en su creación, vivas por sus dimensiones que adquieren un toque de monumentalidad y realidad y recreación subvertidas, los pistilos, los pétalos, sus tallos, sus hojas naturales, virginales más cerca de un naturalismo fresco que la distancia de la sexualidad de las flores de Georgia O’keeffe y Frida Kahlo. Vital. Vitalista Rosario de Chamorro es expresión del Orbe Novo como se decía en el siglo XVI o del Nuevo Mundo como decimos ahora.
Letzira Sevilla Bolaños elnuevodiario.com.ni
Con la luz introduciendo la vida en cada uno de sus cuadros, la pintora nicaragüense Rosario Ortiz de Chamorro invita al deleite en un mundo impregnado por el aroma de la fruta fresca y el polen de exóticas flores, cuya belleza se acentúa a través de la delicadeza de cada trazo y la fuerza del color.
Más de cuatro décadas respaldan su trayectoria con una dedicación a la pintura, arte que ha mutado según su alma de artista, ha ido en busca de esa forma que ansía el inquieto espíritu de los creadores, pero nada ha sido en vano, pues ya forma parte de diversas colecciones en varios países, y este año lo inició escalando un peldaño muy importante al llevar su obra hasta las instalaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco.
“Nature Passionnèe” es el nombre de la muestra con la que la señora Ortiz de Chamorro tapizó las paredes de la sala de exhibición de la Unesco del 14 al 18 de enero.
“Naturaleza apasionada” es un trabajo en el que lo religioso y el amor a la tierra se funden en una tierna eclosión de color en imágenes, que la señora Ortiz de Chamorro califica como cuadros en los que aflora la transición que dio al pasar de pintar naturaleza muerta al movimiento producido por la pasión que engendra la armonía en el cosmos. Según ha expresado, sus cuadros son un homenaje a Dios, porque es el creador de todos los elementos de la naturaleza que absorben su atención y activan la sensibilidad de sus sentidos que se subyugan ante el encanto de la vivacidad de los frutos perfectos.
Su obra
“Mi pintura ha madurado, reflejando mi profunda admiración, amor, respeto y preocupación por preservar lo mejor posible el medio ambiente que nos rodea”, señala en un válido llamado en un mundo que dista mucho de la protección al entorno.
Asimismo, esta pintora reconoce que toma prestado de la creación divina los elementos, sin embargo, este proceso no sería exitoso si ella no se apropiara de ellos y los moldeara y transformara, al pasar del objeto real a la sublimidad de su pincel.
Esta artista que aboga por la vida también impresiona con la diversidad en el manejo de las frutas, pues no solo las presenta completas, sino que las penetra con el cuchillo del arte, escudriña sus entrañas hasta llegar a la fértil semilla, que al fin y al cabo es la responsable de que el ciclo siga vigente y de que la naturaleza perviva.
Así que su comunión con el mundo circundante es el gran motor de esta nueva etapa en su pintura, lo que dejó claro al inaugurar la muestra en la Unesco: “Que esta profusión de características que encontramos en lo que nos rodea, despierte en nosotros el amor que nos completa, alegra y da vida para convivir, comunicarnos y crear; amor que posea la fuerza para cambiar la cultura de la muerte, de tristeza y destrucción –de la cual debemos alejarnos–, en una cultura de Vida, de relación y de afecto que todos deseamos. Solo así podremos alcanzar la paz”.
Naturaleza cultivada laprensa.com.ni
Rosario Ortiz de Chamorro presenta su nueva muestra de pintura, Naturaleza cultivada. A partir del 8 de diciembre en el Museo de Arte de El Salvador y en exposición hasta el 14 de febrero del 2016.
Inédita exposición de Rosario Chamorro nos permite reconocer cómo el lenguaje visual puede utilizarse para componer y comprender mensaje situados a niveles muy distintos, desde la simple utilidad hasta la elevada región de la expresión más artística. Esta muestra es un conjunto de íconos compuestos de partes constituyentes, y de un grupo de unidades determinadas por otras unidades, cuya significancia en conjunto es una función del significado de las partes.
Estas delicadas líneas maestras convertidas en temas florales nos permiten establecer relaciones entre todos los niveles de la expresión visual: el color, el tono, la textura y la proporción, el poder expresivo de la técnica, confirmado por la audacia, la simetría, la reiteración y el acento propio del ímpetu de la artista.
El efecto acumulativo de la combinación de elementos seleccionados, la manipulación de las unidades básicas mediante las técnicas y su relación compositiva formal con el significado pretendido, le conceden a Rosario Chamorro un sitio de honor en la historia del arte centroamericano.
Esta serie de grandes formatos de “La naturaleza cultivada”, conforman un conjunto de detalles florales que evocan la armonía, la simetría, el equilibrio, la unidad, la sutiliza, la coherencia, el realismo, la secuencialidad y la singularidad que existe en nuestra naturaleza tropical, no es un arte representacional, sino, una consagración a la naturaleza, derivada del concepto que concentra una totalidad del universo entero: la naturaleza y Dios son lo mismo. Es decir, en términos panteísticos se sostiene que: la existencia (todo lo que fue, es y será) en este caso, la madre naturaleza y sus atributos pueden ser representadas a través de la noción teológica de Dios.
En conclusión, las obras que componen la exposición resumen un significado adscrito en forma de símbolos, los cuales nos comparten la experiencia de la vida, del entorno, de las creencias más profundas y de la propuesta estética de Ortiz de Chamorro.
Rosario Ortiz de Chamorro pinta su “Visión única de la naturaleza” laprensa.com.ni
La crítica de arte estadounidense Carol Damián llama la atención y apunta del por qué hay que detener la mirada en la obra de la pintora nicaragüense Rosario Ortiz de Chamorro que hoy 8 de diciembre, por la noche estará inaugurando su muestra de arte; Naturaleza imaginada, en Marte (Museo de Arte de El Salvador) en San Salvador, una serie de cuadros de grandes formatos que aluden a la naturaleza y sus entornos de encendida paleta.
¿Hace cuánto lleva estudiando la pintura de Rosario Ortiz de Chamorro?
Conocí su pintura hace ya unos diez años cuando fui a Nicaragua con su hermano Ramiro Ortiz quien tiene una extraordinaria colección de arte colonial y ese es uno de mis intereses. Fue así como empecé a visitar su casa y su estudio y me pareció muy interesante.
¿En qué momento está pintura atrapa su atención?
Cuando veo la belleza contenida en sus cuadros. También cuando veo la técnica que es muy complicada que tiene diferentes capas y le lleva mucho tiempo, mucha disciplina, mucha paciencia. Ella pinta y seca, pinta y seca, es mucho el trabajo el que hace técnicamente y lo vuelve muy delicado. ¿Por qué detenerse a mirar una obra de Rosario Ortiz de Chamorro?
Por muchos años he conocido su trabajo. Para mí es un estilo de arte que precisa mostrar una visión única de la naturaleza. Sus cuadros y especialmente cuando pinta las flores que tienen ese sentido abstracto y a la vez son dinámicos, cada flor crece con grandeza y con naturalidad. Sus entornos son muy interesantes, no es una visión usual sino es como emoción que sale del cuadro de la obra. Para mí es interesante, me gusta.
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Rosario Ortiz de Chamorro exhibe sus pinturas en el Museo de Arte de El Salvador laprensa.com.ni
El Museo de Arte de El Salvador abrió sus puertas a la exposición Naturaleza Cultivada, una muestra de pinturas en grandes formatos de la artista nicaragüense Rosario Ortiz de Chamorro, una exhibición que estará abierta al público hasta el 14 de febrero del 2016.
La apertura la noche del 8 de diciembre fue realizada por Leonor Coto de Yarhi en representación de la Junta Directiva del Marte, que destacó la exposición de Rosario “como una visión muy personal de la naturaleza que le rodea o bien que imagina y recrea y que al final la ofrece para nuestro deleite”.
Coto de Yarhi, también apuntó sobre los temas de la muestra, “Flores y frutos que son un reflejo de sus creencias entre las cuales a parte del arte está la fe”, aludiendo a La gritería fiesta religiosa en honor a la Concepción de María que se celebra el 7 de diciembre en todos los departamentos del país y que nació en la ciudad de León.
PINTURAS CON LENTES 3D
No obstante, la pintora Rosario Ortiz de Chamorro dijo estar contenta, sobre todo porque salvadoreños y nicaragüenses puedan compartir a través de su arte, y reveló algunas anécdotas sobre cómo varias de sus obras pueden ser admiradas a través de lentes 3D para admirar desde varios ángulos sus lienzos con diferentes enfoques de profundidad, altura y distancia.
La inauguración de la exposición también estuvo presidida por la curadora de arte estadounidense Carol Damián, quien enfatizó en el catálogo de la muestra las cualidades de la pintura de Rosario Ortiz de Chamorro.
“Usando una técnica exigente que implica dibujar con cuidado para replicar cada sujeto, a continuación, un método abstracto para destilar la esencia de cada forma y figura, seguido por capas finales y raspado de colores para efectos cromáticos sensuales”, advirtió Damián.
La exposición estará abierta al público en Marte (Final Avenida La Revolución, Colonia San Benito, San Salvador). Entrada gratis.
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Rosario Ortiz de Chamorro apunta sobre su pintura, la naturaleza y el arte I laprensa.com.ni
“Mi color preferido es el azul, pero a la hora que pinto uso más el amarillo”, una mezcla de colores que se visualiza en la nueva exposición de Rosario Ortiz de Chamorro, abierta al público en el Museo de Arte de El Salvador hasta el 14 de febrero de 2016.
La apertura de la muestra, el 8 de diciembre, fue realizada por Leonor Coto de Yarhi en representación de la Junta Directiva del Marte, que destacó la exposición de Rosario “como una visión muy personal de la naturaleza o bien que imagina y recrea y que al final la ofrece para nuestro deleite”.
Coto de Yarhi, también apuntó sobre los temas de la muestra: “Flores y frutos que son un reflejo de sus creencias entre las cuales a parte del arte está la fe’, aludiendo a la Gritería, fiesta religiosa en honor a la Concepción de María que se celebra el 7 de diciembre en todos los departamentos del país y que nació en la ciudad de León.
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Rosario Ortiz de Chamorro apunta sobre su pintura, la naturaleza y el arte II Periodistas en Español
La naturaleza muerta tiene una larga tradición artística, griegos y latinos representaron flores y frutos, el mundo inanimado de estos objetos tomo relevancia en el Renacimiento y en siglos posteriores, nombrando al género: ‘naturalezas muertas’, o “Still-Lifes”. América, copió al principio estos tópicos, hasta que se libere del modelo académico europeo para mirar plásticamente la naturaleza, desde la perspectiva americana.
La Escuela del Río Hudson, en Estados Unidos, fue precursora de esa Mirada Americana. En Nicaragua el género tuvo antecedentes en Alejandro A. Rochi, Ernesto Brown, Omar de León, Armando Morales. En el caso de las mujeres resalta Rosario Ortiz de Chamorro, quien lleva el tema de la flores y frutas a una nueva concepción estética, en ruptura con lo académico, una visión latinoamericana, que surge del sentir de su tierra natal: Nicaragua, las suyas son naturalezas vivas.
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